martes, 17 de abril de 2012

Cine y Literatura


Si uno le echa un vistazo a las películas galardonadas en los Premios Oscar, encontrará un gran número de adaptaciones de libros. En 1973, El Padrino, dirigida por Francis Ford Coppola y protagonizada por Marlon Brando, obtuvo la estatuilla por mejor película. En 1976, la ganadora fue Alguien Voló sobre el nido del Cuco, dirigida por Milos Forman y protagonizada por Jack Nicholson. En 1992, El silencio de los inocentes, dirigida por Jhonattan Demme y protagonizada por Jodie Foster y Anthony Hopkins, ganó el codiciado premio. La primera de las películas nombradas está basada en el libro El Padrino de Mario Puzo, la segunda en el libro de Ken Kesey y la tercera -la legendaria historia de Hannibal Lecter- en el libro de Thomas Harris. Tanto la obra literaria como la versión cinematográfica son conocidas en el mundo entero y sirven como ejemplo, para perfilar la intrínseca relación que existe entre cine y literatura.

Antes de la aparición de la fotografía, de la irrupción de las escenas en movimiento auspiciadas por los hermanos Lumière, los escritores del siglo XIX alcanzaron los máximos niveles de expresión literaria. Al leer a Flaubert, a Stendhal o a Dostoievsky, las descripciones minuciosas y perfectas de un paisaje o de un collar en el cuello de una mujer, abundaban para el placer y encanto de los lectores. En aquel siglo de Charles Dickens y Robert Louis Stevenson, era común que las familias se reunieran a leer en voz alta y en los puertos de las ciudades había que hacer filas interminables, para adquirir las novedades literarias venidas del otro lado del mundo. La literatura era la televisión y el cine de la época. La literatura suplía la necesidad de ficción que los seres humanos requieren día a día.

Con el cine y la televisión, la literatura perdió popularidad pero no vigencia e importancia. El primer formato que conocen las películas y las telenovelas es escrito. Un guion o un libreto son los puntos de partida de las grandes producciones actuales. Muchas de ellas, como se señaló en el primer párrafo, son adaptaciones de libros. Las similitudes y diferencias del lenguaje verbal y audiovisual son numerosas. La palabra ante todo nos remite a una imagen. Decir pájaro o árbol, más allá de los grafemas y fonemas, evoca la imagen de un flamenco, de una jacaranda o de cualquier forma que responda al concepto de pájaro y árbol. Decir trompeta o campana, nos refiere a los sonidos emitidos por estos objetos. Por lo tanto el lenguaje verbal es audiovisual y la relación entre cine y literatura, concreta.

Si en literatura el narrador puede ser una voz en primera, segunda o tercera persona; en cine el narrador es la cámara y los planos de la misma (plano detalle, primer plano, plano americano, etc) las voces que narran desde las imágenes. El cine y la literatura son dos lenguajes diferentes, pero fecundos y complementarios, que están a la orden de los creadores para hacer obra en doble vía. Cine basado en literatura o literatura cargada de elementos cinematográficos, como es común que suceda con los libros hoy día.

lunes, 9 de abril de 2012

Música y Literatura


En El perseguidor de Julio Cortázar, Johnny Carter asegura que la música le ayuda a entrar en el tiempo. Para explicarse, cuenta que al viajar en el metro de París e ir de una estación a otra, es capaz de recordar simultánea y detalladamente, los conciertos que ha dado, las caminatas y los rostros del viejo barrio, a su vieja haciendo compras, a la conversación con un amigo que habla de caballos, a otro de sus amigos tocando Save it pretty mamma; mientras él, Johnny Carter, músico consagrado de jazz, escucha y entiende cada nota y recuerda de nuevo a su vieja recitando una larguísima oración en la que incluye repollos y a su viejo desaparecido. Carter cuenta que esa catarata de pensamientos lo ocupó al menos quince minutos, pero se asombra al darse cuenta de que en realidad sólo le tomó minuto y medio, lapso que dura el recorrido de una estación a otra.

Johnny Carter explica todo lo anterior para mostrarle a Bruno que es lo que le sucede cada vez que toca el saxofón. El músico cuando toca su saxo desaparece de la realidad e ingresa en el tiempo de la música. Algo indefinible, intangible, infinito, incontable. Julio Cortázar el autor de este gran cuento, trabaja la música en su literatura de manera excepcional. Algunas veces, como en el ejemplo anterior la hace implícita y pone sobre el papel las sensaciones, sentimientos y efectos que ésta produce. Juega con ella dentro de su prosa y es por ello que encontramos capítulos enteros de Rayuela, en las que el ritmo de las palabras las convierte en música verbal, en un acompasado y armonioso fraseo, en donde el significado de las mismas no importa. Sólo su ritmo.

Si bien lo tácito de la música en literatura está presente en la obra de otros autores como Sábato o García Márquez (por citar sólo algunos), quienes emplean el tango y el vallenato como atmósfera de sus textos, sin emplear una sola letra de las canciones; la música en literatura también se relaciona de manera directa. Basta pensar para el caso colombiano en la obra de Andrés Caicedo. Su novela insigne ¡Que viva la música!, está colmada de letras entre otros, de los Rolling Stones, Mon Rivera, Richie Ray y Bobby Cruz, que el lector puede rastrear a placer en la discografía detallada que al final de la obra, el escritor caleño legó a melómanos y lectores.

La música y la literatura van de la mano. El ritmo es el concepto que las hermana. Una buena obra literaria tiene ritmo. No en vano, varios decálogos para escribir aconsejan leer en voz alta lo que se escribe. Esa lectura a viva voz evidencia la gracia o la torpeza de la composición literaria. El autor debe decidir si quiere que ese ritmo y ese fondo sean de colores salseros, de mariachi, de bolero o de neo punk industrial. Hacerlo evidente o no, será una decisión fundamental que modificará el resultado de la pieza literaria.