Paul Auster nace el 3 de febrero de 1947, la misma fecha en que su segunda novela Fantasmas empieza. Fantasmas es un relato que confunde la identidad de sus personajes desdibujándolos con los nombres de los colores: Azul es contratado por Blanco para que vigile a Negro.
El escenario principal es Orange Street, una calle ubicada en el suburbio de Brooklyn Heights que resulta ser la misma cuadra donde nueve décadas atrás, Walt Whitman escribió la primera edición de Hojas de Hierba. Negro pasa sus días en un apartamento de esa calle escribiendo y leyendo. En su constante vigilancia, Azul ayudado con unos prismáticos desde un piso ubicado al frente, descubre que el libro que lee su vigilado es Walden de Henry David Thoreau. En cumplimiento con su trabajo de detective privado, Azul envía semanalmente un informe a Blanco sobre las actividades de Negro y éste a su vez, le envía puntualmente su pago en efectivo. Han pasado varias semanas y Azul decide disfrazarse, para acercarse un poco más a Negro y avanzar en el caso. En un pasaje formidable, Azul espera a Negro sentado en una acera, convertido en un viejo mendigo que pide monedas. Este anciano callejero resulta a los ojos de Negro, un tipo muy parecido a Walt Whitman. Tras ganarse la confianza de Negro, el viejo lo persuade para que charlen un rato. La conversación acaba en un monólogo inolvidable donde Negro le cuenta a Azul, la ocasión en que Thoreau, aprovechando su visita a Nueva York, decidió conocer al mejor poeta de Norteamérica. Azul asiente asombrado,mientras asiste a un pasaje histórico de la literatura norteamericana, contado con la gracia y el virtuosismo de los personajes de uno de los maestros contemporáneos de la misma tradición: Paul Auster.
En Ciudad de Cristal la primera de las novelas de Auster, Quinn -su protagonista- tras recibir una llamada equivocada, acepta el juego de hacerse pasar por otra persona: un detective privado. Antes de que esto ocurra, Quinn se dedicaba a escribir novelas policíacas bajo el seudónimo de William Wilson. Entonces, antes de convertirse en un detective por equivocación, Quinn ya los inventaba en sus novelas firmadas con el nombre del personaje de Edgar Allan Poe. El relato se desarrolla y Quinn se ve inmiscuido en una aventura que lo lleva a transformarse en otra persona. Las circunstancias así se lo exigen y la fatalidad de su absurdo acto de equilibrista no acepta otra cosa. Siguiendo a su vigilado Peter Stillman –un ex convicto de una prisión psiquiátrica y a su vez, un erudito en filosofía y teología que se propone crear un nuevo lenguaje- camina por Manhattan, siguiendo el rastro del viejo profesor que traza un código cifrado sobre las calles de Nueva York. En una de estas persecuciones, Stillman decide descansar en Riverside Park a la altura de la calle 84, sobre una roca llena de protuberancias conocida como Mount Tom. En ese mismo sitio, en los veranos de 1843 y 1844, Edgar Allan Poe pasó varias horas contemplando el río Hudson. Quinn a menudo iba allí, enterado a detalle de esta anécdota literaria y meditaba, pensando en el autor de Massachussets. Peter Stillman se detiene en esa roca y como lo hiciera Poe un siglo atrás, piensa en sus asuntos mientras los haces de luz reverberan en las aguas del río. En algún momento, Quinn evoca las últimas páginas de Las aventuras de Arthur Gordon Pym, por efecto de su investigación sobre Peter Stillman, el lenguaje y
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Las tres novelas conforman una unidad inseparable que muda de una pieza narrativa a otra, sostenida siempre por el tema principal: las múltiples identidades y la ausencia de sentido en ellas mismas. Soportada además por una sólida excavación en la historia de la literatura norteamericana,