martes, 29 de abril de 2014

Un recodo solitario de la noche


Y aquel sábado, el hombre llegó muy puntual a la cita. 
Llevaba un racimo de flores coloridas, media botella de whisky y un paquete de condones, como signo de buen presagio, como símbolo de un anhelo confesado un par de años atrás. La esperó, mientras recordaba los mechones rojos de su pelo. Atrapados en una colita de caballo, estirándole la piel rosada de la frente, o sueltos y alborotados recortando fragmentos del cielo azul sin nubes. Tantas noches había fantaseado con ese escándalo rojizo cabalgándolo con voracidad. Con esos largos y ondulados cabellos descansando en la almohada junto a él. 
Soñaba que la despertaba acariciándole la oreja. Primero con el índice y el pulgar, luego con los labios y la lengua, luego con los dientes eléctricos que le hollaban en puntas la piel, mientras la giraba por la cintura hacia él, descubriendo las portentosas nalgas, al grueso animal que la esperaba bajo las sábanas. 

Supo que habían pasado tres horas desde que la esperaba. La noche estaba cerrada. Un velo rosado descansaba sobre los techos de la ciudad. La botella de whisky yacía rota en incontables pedazos sobre el pavimento.  Encendió un fósforo y acercó su lumbre a las flores coloridas, y como si fueran cigarrillos, fumó varias veces de sus brasas. Caminó en busca de un puente peatonal, sosteniendo con una de sus manos, un racimo de flores humeantes, al que le sacaba bocanadas de colores. Se instaló en medio del puente y observó la lejanía en donde parecía terminar la autopista. Sacó los condones y los infló con el humo de las flores carbonizadas. Abrió sus manos y los dejó irse. La brisa se fue llevando los globos de latex, como fantasmas obesos, perdidos en un recodo solitario de la noche. 

martes, 17 de abril de 2012

Cine y Literatura


Si uno le echa un vistazo a las películas galardonadas en los Premios Oscar, encontrará un gran número de adaptaciones de libros. En 1973, El Padrino, dirigida por Francis Ford Coppola y protagonizada por Marlon Brando, obtuvo la estatuilla por mejor película. En 1976, la ganadora fue Alguien Voló sobre el nido del Cuco, dirigida por Milos Forman y protagonizada por Jack Nicholson. En 1992, El silencio de los inocentes, dirigida por Jhonattan Demme y protagonizada por Jodie Foster y Anthony Hopkins, ganó el codiciado premio. La primera de las películas nombradas está basada en el libro El Padrino de Mario Puzo, la segunda en el libro de Ken Kesey y la tercera -la legendaria historia de Hannibal Lecter- en el libro de Thomas Harris. Tanto la obra literaria como la versión cinematográfica son conocidas en el mundo entero y sirven como ejemplo, para perfilar la intrínseca relación que existe entre cine y literatura.

Antes de la aparición de la fotografía, de la irrupción de las escenas en movimiento auspiciadas por los hermanos Lumière, los escritores del siglo XIX alcanzaron los máximos niveles de expresión literaria. Al leer a Flaubert, a Stendhal o a Dostoievsky, las descripciones minuciosas y perfectas de un paisaje o de un collar en el cuello de una mujer, abundaban para el placer y encanto de los lectores. En aquel siglo de Charles Dickens y Robert Louis Stevenson, era común que las familias se reunieran a leer en voz alta y en los puertos de las ciudades había que hacer filas interminables, para adquirir las novedades literarias venidas del otro lado del mundo. La literatura era la televisión y el cine de la época. La literatura suplía la necesidad de ficción que los seres humanos requieren día a día.

Con el cine y la televisión, la literatura perdió popularidad pero no vigencia e importancia. El primer formato que conocen las películas y las telenovelas es escrito. Un guion o un libreto son los puntos de partida de las grandes producciones actuales. Muchas de ellas, como se señaló en el primer párrafo, son adaptaciones de libros. Las similitudes y diferencias del lenguaje verbal y audiovisual son numerosas. La palabra ante todo nos remite a una imagen. Decir pájaro o árbol, más allá de los grafemas y fonemas, evoca la imagen de un flamenco, de una jacaranda o de cualquier forma que responda al concepto de pájaro y árbol. Decir trompeta o campana, nos refiere a los sonidos emitidos por estos objetos. Por lo tanto el lenguaje verbal es audiovisual y la relación entre cine y literatura, concreta.

Si en literatura el narrador puede ser una voz en primera, segunda o tercera persona; en cine el narrador es la cámara y los planos de la misma (plano detalle, primer plano, plano americano, etc) las voces que narran desde las imágenes. El cine y la literatura son dos lenguajes diferentes, pero fecundos y complementarios, que están a la orden de los creadores para hacer obra en doble vía. Cine basado en literatura o literatura cargada de elementos cinematográficos, como es común que suceda con los libros hoy día.

lunes, 9 de abril de 2012

Música y Literatura


En El perseguidor de Julio Cortázar, Johnny Carter asegura que la música le ayuda a entrar en el tiempo. Para explicarse, cuenta que al viajar en el metro de París e ir de una estación a otra, es capaz de recordar simultánea y detalladamente, los conciertos que ha dado, las caminatas y los rostros del viejo barrio, a su vieja haciendo compras, a la conversación con un amigo que habla de caballos, a otro de sus amigos tocando Save it pretty mamma; mientras él, Johnny Carter, músico consagrado de jazz, escucha y entiende cada nota y recuerda de nuevo a su vieja recitando una larguísima oración en la que incluye repollos y a su viejo desaparecido. Carter cuenta que esa catarata de pensamientos lo ocupó al menos quince minutos, pero se asombra al darse cuenta de que en realidad sólo le tomó minuto y medio, lapso que dura el recorrido de una estación a otra.

Johnny Carter explica todo lo anterior para mostrarle a Bruno que es lo que le sucede cada vez que toca el saxofón. El músico cuando toca su saxo desaparece de la realidad e ingresa en el tiempo de la música. Algo indefinible, intangible, infinito, incontable. Julio Cortázar el autor de este gran cuento, trabaja la música en su literatura de manera excepcional. Algunas veces, como en el ejemplo anterior la hace implícita y pone sobre el papel las sensaciones, sentimientos y efectos que ésta produce. Juega con ella dentro de su prosa y es por ello que encontramos capítulos enteros de Rayuela, en las que el ritmo de las palabras las convierte en música verbal, en un acompasado y armonioso fraseo, en donde el significado de las mismas no importa. Sólo su ritmo.

Si bien lo tácito de la música en literatura está presente en la obra de otros autores como Sábato o García Márquez (por citar sólo algunos), quienes emplean el tango y el vallenato como atmósfera de sus textos, sin emplear una sola letra de las canciones; la música en literatura también se relaciona de manera directa. Basta pensar para el caso colombiano en la obra de Andrés Caicedo. Su novela insigne ¡Que viva la música!, está colmada de letras entre otros, de los Rolling Stones, Mon Rivera, Richie Ray y Bobby Cruz, que el lector puede rastrear a placer en la discografía detallada que al final de la obra, el escritor caleño legó a melómanos y lectores.

La música y la literatura van de la mano. El ritmo es el concepto que las hermana. Una buena obra literaria tiene ritmo. No en vano, varios decálogos para escribir aconsejan leer en voz alta lo que se escribe. Esa lectura a viva voz evidencia la gracia o la torpeza de la composición literaria. El autor debe decidir si quiere que ese ritmo y ese fondo sean de colores salseros, de mariachi, de bolero o de neo punk industrial. Hacerlo evidente o no, será una decisión fundamental que modificará el resultado de la pieza literaria.

martes, 1 de noviembre de 2011

Raymond Carver.


Hay varios escritores a los que se llega motivado por la curiosidad de husmear en sus vidas. Conocer con detalle los episodios dignos de una novela trágica, de un relato matizado por la gloria y por las más duras caídas al abismo. Llegamos a ellos con la idea de corroborar aquello que hemos escuchado o leído en pasillos o revistas. Tan pronto empezamos a hurgar en sus biografías, nos damos cuenta que muchas de las cosas de las que nos hemos enterado, han sido exageradas con entusiasmo por varias generaciones de lectores. Edgar Allan Poe, Virginia Woolf u Oscar Wilde, para el caso internacional; Raúl Gómez Jattín, Andrés Caicedo y Porfirio Barba Jacob por citar algunos del nacional. Vidas de escritores colmadas de escándalos, dramatismo y dolor, que lograron en medio de la borrasca, obras memorables que continúan conmoviéndonos.
Finalmente lo que queda es la obra y es lo que realmente importa. Cuando la leemos con cuidado, entendemos que allí mismo está cifrada la biografía del autor. Este es el caso de Raymond Carver, el mejor cuentista norteamericano de las últimas décadas. A menudo comparado, nada más ni nada menos con Ánton Chejov, Raymond Carver dejó una producción cuentística en la que nos adentramos, gracias a su técnica y tono, a las profundidades del corazón humano.
Carver murió prematuramente, demolido por el cáncer, en 1988 cuando tenía 50 años. Se encontraba en la cima de su carrera literaria y sus cuentos conocían traducciones a múltiples idiomas y eran una constante aparición en revistas de talla mundial como “The New yorker” y “París Review”. Había padecido un divorcio y la separación de sus hijos, a causa de un alcoholismo que lo llevó a deambular en lo más bajo de la miseria humana. Los médicos lo desahuciaron. No le daban más de seis meses de vida si continuaba con aquel estilo de vida. Raymond Carver logró recuperarse de su alcoholismo y lo que iba a ser seis meses, según los médicos, se convirtió en diez años, en los que el escritor decidió vivir sobrio, lúcido y dedicado a la literatura.
En su obra es frecuente encontrar relatos de hombres ebrios y desechos, atrapados en sus adicciones y manías. Abundan los conflictos entre marido y mujer, matrimonios que se desgajan por la rutina, vidas de pareja que se van por la alcantarilla a causa de un aburrimiento irreversible que va colmando la vida matrimonial. También la amargura de las relaciones familiares, condicionadas por los lazos de sangre, encontró en la obra de Carver expresión literaria. Este escritor relató con total honestidad, el fastidio y las pequeñas batallas que acompañan las relaciones entre hermanos, padres e hijos.
Con títulos como De qué hablamos cuando hablamos de amor, Quieres hacer el favor de callarte o Tres rosas amarillas, los libros de Raymond Carver nos conducen por catástrofes cotidianas en la que los personajes- gente de lo más común- se enfrentan a su propia familia y a sí mismos, en ambientes colmados de resignación, tan habituales a nuestros días. Estos libros de cuentos describen nuestra vida contemporánea, nos ponen en primera fila ante el desasosiego y la frustración de las relaciones humanas, nos dejan ante la conmoción de saber un poco más sobre nosotros mismos, sobre nuestra pareja, sobre nuestra familia.
Si un libro de cuentos es capaz de hacer eso, bien vale la pena leerlo y asomarnos -gracias la técnica directa y sin adornos del cuentista norteamericano- a las contradicciones de nuestra condición humana actual.

viernes, 15 de octubre de 2010

Whisky (Lado A) - Whiskey (Lado B)

Whisky
(Lado A)

Esta bebida que en las buenas casas productoras, no altera su método y técnica desde hace más de un siglo, es de la que me dispongo a hablar. Bueno, a mal hablar, porque desde hace muy poco (anoche) es que me he puesto en la tarea de disfrutarla. El whisky, que en un principio (finales del XVIII) fue la bebida predilecta de campesinos en Europa (debido al alza indiscriminada de los brandis franceses) años después se convertiría en la bebida preferida de la Reina Victoria, que no concebía la hora del té, sin un buen chorrito de whisky. La marca preferida de la tatarabuela del Rey Juan Carlos, fue la fabricada por los hermanos Chivas. James y John Chivas fueron unos comerciantes esmerados, que pasaban las horas atendiendo una venta de comestibles y bebidas en Aberdeen Escocia. Los hermanos Chivas, eran conocidos por vender productos de alta calidad: especias traídas de oriente, quesos y brandys franceses e incluso, frutas y ron del Caribe. Pero los hermanos Chivas, no contaban con un whisky que estuviese a la altura de los demás néctares. Es por ello que se pusieron a la tarea de producir whiskys de malta y granos secos en la primera mitad del XIX. Una vez que la Reina Victoria probó el delicioso producto, quedó prendada y nombró oficialmente a la Casa de James y John, como la proveedora oficial de su Castillo de Balmoral. En alguno de los grandes salones, los aristócratas británicos de la época, seguramente desanudaron corsés, arrancaron pelucas y corrieron como monos extasiados, bajo la algarabía lúcida que producía el Scotch.
Si se escribe Whisky es porque hacemos referencia a los producidos en Escocia, Canadá y Japón, bebidas que generalmente se elaboran a partir de cebadas malteadas y granos secos. Si escribimos Whiskey, hablamos del producido en USA y del gran aporte gringo al whisky europeo: el maíz. La mayoría de whiskeys (entre ellos el inolvidable Jack Daniel´s) están hechos con base en maíz y centeno. Por ello es que reciben el nombre de bourbon. Así que si alguien busca impresionarnos con esta sencilla diferenciación, bien podemos ponerlo en su sitio y pedirle que levante su vaso, deje de pavonearse y diga salud.
En la novela El Gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald, asistimos junto a Nick Carraway, a las descomunales fiestas ofrecidas por Jay Gatsby en su lujosa casa de West Egg. Allí,las bandas de jazz (tipo Duke Ellington) y los ríos de whiskey (tipo bourbon) embriagan a los personajes y a la noche de una magia vital. Son los “locos años veinte” y la decadencia, los excesos y el buen gusto caminan de la mano. Hay un pasaje en el que el narrador nos cuenta una borrachera con whiskey a las tres de la tarde. Nick Carraway flota en la gracia junto a dos mujeres de vestidos cortos de volantes, sombreros con malla y pitillos plateados y humeantes en sus bocas. Son las tres de la tarde en un hotel de la 5th avenida y las volutas azules que ascienden en el vacío, pueden ser contempladas en su justa belleza, gracias a la dichosa embriaguez del bourbon. Aquel que se haya embriagado en horas prohibidas (digamos a las 9 de la mañana) sabrá de qué diablos estamos hablando.

Ahora, dejando a un lado las gotas de historia y literatura, es el momento para servirse un buen whisky (o whiskey) poner algún disco favorito, sentarse muy relajado y mirar lo que se venga en gana, aspirar sutilmente el aroma madurado, llevarse el vaso a la boca, dejar que el licor se pose unos instantes en la lengua y empujarlo suavemente tras de ella.

Whiskey
(Lado B)

Abriré una botella y beberé un largo sorbo que encienda mis tripas. Sólo con el aliento y los ojos llenos de llamas es digno escribir algo. Hay muchas cosas por las que he pasado, pero ninguna de ellas significa nada, si no es vista a través del filtro sumergido del alcohol. Cada una de mis experiencias cobra sentido luego de ser reflexionada en alguna juerga de botellas rotas y litros de licor. Así funciona el mundo. Así funciona el mío.

Una ventana de cualquier edificio de cualquier ciudad expele un fulgor rojizo. Las 2 y 55 de la mañana y alguien adentro prendió fuego a las sábanas de la cama "Devuélveme mi noche rota, mi sala de espejos, mi vida secreta, dame crack y sexo anal"(1).
La sangre fluye y se revienta contra mi cráneo, la marea roja trae la imagen de su cuerpo vencido. Un cuerpo fresco y con olor a cebada malteada. Si las cosas van bien, es cuestión de tiempo para que los cuerpos abran sus accesos y permitan la lubricación de la sensualidad y el abandono. El humo sale apretado por los bordes de la ventana, la temperatura disparada en la estructura del edificio, la alarma contra incendios. Te tomo del cabello y sobre la puerta de la habitación, grabo en tu espalda nuestra tregua provisional. Enciendo un cigarrillo y sirvo otro trago de whiskey. Trago de whiskey. Whiskey. Los bultos en las venas hablan de una creciente hipertensión, recuerdo que dijiste que preferías tener la sangre acelerada a tenerla muerta. ¿Sabes de qué color es la sangre a la luz de la luna? Negra. Y negro es el vino y la uva y la sangre roja, y rojo el ardor y los ríos que fluyen bajo tu falda, pero no son rojos el fuego de la playa, ni las hojas encendidas por el sol en el cielo, ni los vellos de tu pubis embriagadora. No. Son del color del whiskey, del estupendo y lúcido whiskey... "Ya es cosa sabida que si se escribe un mensaje con zumo de limón en una hoja de papel, no queda rastro de la escritura; pero si se expone el papel al fuego, las letras se vuelven de un color castaño y se puede leer lo escrito. Imaginad que el whisky es el fuego y que el mensaje está oculto en el alma de un hombre; entonces se comprenderá el valor del licor de miss Amelia" (2)
Lleno el vaso hasta el borde y lo bebo de un sólo trago. Una violenta arcada quiere devolverlo, pero la fuerza de mi garganta lo empuja de vuelta al estómago. La gracia está de nuevo conmigo, no puedo sostenerme, ni escribir más. La ventana estalla en mil pedazos. El humo abundante, puede observarse desde cualquier colina de esta cualquier ciudad. Una torre herida por el fuego de la guerra.

(1) Give me back my broken night/ my mirrored room, my secret life (... ) Give me crack and anal sex. The Future- Leonard Cohen
(2). fragmento extraído de la novela: La balada del Café Triste de Carson McCullers.

http://www.youtube.com/watch?v=1UDE0Bu9bRk&feature=related


lunes, 6 de septiembre de 2010

About the sky

A mis 7 años el Cometa Halley atravesó los cielos terrestres, la niebla de Tunja no nos permitió verlo y mi hermano y yo nos dormimos muy decepcionados. Recuerdo que al otro día, en el noticiero, dijeron que un fenómeno similar sólo se registraría en la Tierra 87 años después. Recuerdo que conté con mis deditos la cifra absurda y muerto del susto, supe que estaría muerto para entonces.

A mis 11, vi el primer eclipse lunar y recuerdo que la luna era una naranja de sangre desgajándose en el cielo. La sangre de la luna se mezclaba con los hilos grises de las nubes y yo, envuelto en una cobija de lana, trepado en un árbol de durazno,  soñaba con los ojos abiertos planetas colmados de seres extraños en otros sistemas solares. 
Mi madre, a esas horas de la noche, solía moldear chocolates en la cocina. Vertía el dulce derretido sobre corazones de cocó, maní y uvas pasas. Al desocupar la olla, solía llamarnos y aquella noche no fue la excepción. Mi hermano, mi hermana y yo, dimos la última bocanada al cielo sanguíneo,  corrimos hasta la cocina y nos entregamos con pasión a los rastros de chocolate en la olla de aluminio. 
Así de sencilla era la felicidad.

A los 18, omití las recomendaciones de la prensa y observé de frente un eclipse total de sol. Eran cerca de las 2 de la tarde. No quedé ciego, pero la luz violeta, que por breves instantes, envolvió las bancas y los árboles del parque, aún resplandece bajo mi piel. Recuerdo a algún vecino observando el eclipse en un platón de agua y señalándole a su hija las pequeñas olas iridiscentes.

A los 30 años, mientras dormía la siesta de los justos, cayó un meteorito del cielo y un fragor de siete truenos me despertó. Supe, como hacía tiempo no sabía nada, que estaba vivo. Mi papá me invitó a escuchar la noticia y nos enteramos que el cráter, ubicado en las estribaciones del Cañón del Chicamocha, tenía un diámetro de 100 metros. En su choque contra la tierra, la roca hizo volar en pedazos varias vacas que pastaban en la montaña.
Eso fue lo que dijeron en la radio aquel día.
Sin embargo, extrañamente, pasadas las semanas nadie volvió hablar del tema y el asunto cayó en el pozo sin palabras del olvido.
http://www.youtube.com/watch?v=FAYHTES4whs